Desde mapas estáticos hasta interactivos o dashboards, la pandemia por COVID-19 se ha rastreado a detalle, lo que ha permitido que tanto organizaciones como gobiernos puedan tomar decisiones oportunas en el manejo de la crisis.
Conocer el desarrollo y evolución de una pandemia nunca había sido tan fácil. Las redes sociodigitales y las nuevas tecnologías han favorecido el conocimiento general de la expansión del coronavirus alrededor del mundo; no obstante, en siglos anteriores, la herramienta más innovadora era la cartografía más elemental. Apoyarse en mapas para identificar el origen de la enfermedad y predecir su expansión resultaba de gran ayuda para la toma de decisiones durante dichas crisis sanitarias.
Actualmente, la cartografía epidemiológica se ha potencializado y ya no se limita a aquella que puede ser producida por geógrafos. La tecnología ha permitido el nacimiento de la neogeografía, la cual puede ser desarrollada por cualquier usuario de internet que tenga acceso a herramientas digitales fáciles de utilizar y datos proporcionados por las autoridades sanitarias.
Esta produce datos territoriales más que información geográfica. No obstante, es funcional para tener información actualizada en tiempo real y un acceso generalizado a la misma a un nivel local y mundial. Desde mapas estáticos hasta interactivos o dashboards, la pandemia por COVID-19 se ha rastreado a detalle, lo que ha permitido que tanto organizaciones como gobiernos puedan tomar decisiones oportunas en el manejo de la crisis.
Organizaciones y medios de comunicación se han valido de estos mapas digitales para mantener informada a las diferentes poblaciones sobre el desarrollo y crecimiento de la pandemia, principalmente sobre las regiones con mayor número de casos y decesos en un país, la carrera de vacunación a nivel mundial, el desplazamiento de la pandemia desde su origen en Wuhan, así como la actualización respecto a las nuevas variantes.
Otras organizaciones han desarrollado aplicaciones o plataformas que brindan información sobre la concurrencia y aforo permitido en los espacios públicos, sobre los locales o negocios que se mantuvieron abiertos durante la primera fase de la pandemia, y aquellos que reabrieron para su reactivación económica; y también para delimitar la distancia que podían recorren los ciudadanos en su barrio para evitar los contagios, basándose en el tráfico de las calles e incluso la medida de las aceras.
Si bien la elaboración colaborativa de mapas entre diferentes usuarios ha permitido mantener un panorama enriquecido de la situación a nivel mundial, también se encuentra el problema de las fuentes donde son obtenidos los datos. No obstante, la mayoría de estos mapas colectivos tienen como propósito un fin solidario; por ejemplo, brindar información sobre los puntos de distribución de comida para regiones afectadas económicamente.
Gabriela Fenner Sánchez, investigadora en cartografía participativa y geografía ambiental, destaca que los mapas no sólo son representaciones, sino también un insumo, y que para entender realmente los fenómenos, hay que investigar más, hacerles preguntas, interrelacionar informaciones, analizar las intenciones detrás de los mapas.
Esto quiere decir que los mapas brindan información sobre algún acontecimiento, en este caso la pandemia por COVID-19, pero también pueden llevar una intención implícita tratándose de organizaciones mundiales o gubernamentales, tal como generar la alarma necesaria para hacer más probable la obediencia ciudadana y por ende, tener mayor control de la situación.
De cualquier forma, la cartografía actual, mejorada y ampliada por la tecnología, ha permitido que gran parte de la población mundial con acceso a internet pueda tener conocimiento sobre la expansión y evolución de la pandemia. Pero, al igual que cualquier otra fuente de información, los mapas generados deben complementarse con otros recursos informativos, ya que así no solo las organizaciones mundiales y gubernamentales podrían tomar decisiones oportunas, sino también todos los individuos.