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8M: el día color jacaranda

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El 8 de marzo se llevó a cabo la marcha por el Día Internacional de la Mujer, resultado de luchas sufragistas y de peleas incontables por derechos equitativos e inclusión de la mujer en la vida laboral. La polémica sobre este día es amplía: sobre sí se debe de felicitar a las mujeres y, sobre todo, si se debe manifestar. 

Después de dos años de pandemia y tras el incremento de violencia doméstica así como de feminicidios en el país, las mujeres salieron a marchar sin falta alrededor de las dos de la tarde en la Ciudad de México para protestar en contra de la violencia de género. 

El mensaje de este movimiento es conmovedor. No fue un día normal. Fue un día para conmemorar todas esas veces donde fuimos vulnerables y alguien se aprovechó de eso. A veces la gente que critica el movimiento feminista, lo hace hablando desde sus privilegios y espera a que algo malo pase para empatizar. Pero basta ver los testimonios que plasman muchos de los carteles que llevan a las protestas para tentarse un poco el corazón: “yo no quería provocar a mi abuelo”, “las niñas no se tocan”, “¿quién va a cuidar a mi gato si desaparezco?” .

Salí de mi casa por el medio día, le di de comer a mis gatos y abracé a mi hermana pensando cómo sería si ya no la volviera a ver. Por las calles la gente me miraba, sabían por los carteles que cargaba que me dirigía a la marcha, no me sentí segura de las miradas hasta que me reuní con mis amigas y con el colectivo con el que marchamos. 

Todas éramos mujeres jóvenes con una historia que contar: un novio abusivo, familias misóginas o episodios de violencia. Pero ninguna se libraba de la incomodidad y la pena de haber experimentado algo relacionado con el tema… .

Salimos rumbo a Insurgentes, nos dábamos valor entre todas, ochenta jovencitas con un mensaje que transmitir. Mientras caminábamos rumbo al Ángel de la Independencia no faltaban los gestos inconformes de la gente que pasaba, algunos nos grababan y otros tantos no pudieron guardarse sus comentarios machistas y murmuraban con cobardía. 

Al llegar al Ángel una indignación profunda nos invadió al ver la cantidad de policías que nos aguardaban, como si fuéramos verdaderamente peligrosas, como si de verdad fuéramos a hacer algo terrible; habla mucho de nuestro país.

Es irónico como una lucha contra la violencia de género es cuestionada hasta por la marina, había vayas por todos lados. Pero en un partido de fútbol donde se asesinaron a 17 personas, no había ni un sólo policía. ¡Uy qué miedo, ahí vienen las mujeres!.

Todas avanzábamos mostrando con orgullo los colores representativos, nos mezclamos con las jacarandas y el día soleado, caluroso. Era el calor de la sororidad exhibiéndose en Paseo de la Reforma, haciendo ruido, ensordeciendo a todo el que pasara. Esperaba sentirme abrumada con tanta gente porque normalmente eso es lo que me pasa con las multitudes, pero me sentía del todo cómoda y en unidad. Hacía mucho tiempo que me sentía tan segura caminando sola por la calle. 

En mi camino rumbo al Zócalo desmentí muchos de los rumores que se cree de la marcha, sobre todo aquel que supuestamente las vende como violentas sin motivo, recordé como hace dos años los hombres insistían que mejor no salían porque por el simple hecho de ser hombre quién sabe qué les harían. Un pensamiento que de nuevo refleja la hipocresía de la sociedad, si los hombres temen por un sólo día, las mujeres tememos por lo mismo a diario. ¿Qué me irán a hacer? .

Había hombres a lo largo de todo nuestro recorrido, ninguna se molestó ni siquiera en decirles algo. A pesar de que en ocasiones nos miraban con desprecio seguimos nuestro camino tranquilas. 

Uno de los letreros que hice llamó mucho la atención de las cámaras, era un homenaje de mi parte por todas las periodistas asesinadas con una connotación política: las periodistas merecemos vivir aunque al presidente no le convenga. Lo levanté tan alto como pude, a pesar de que el cartón me pesara, la sed me matara o el sol me quemara. Lo levanté por el miedo que me transmite pensar que tal vez un día termine con el mismo destino por decir la verdad, por vivir en México o simplemente por ser mujer. 

A comparación de otros años la marcha se pudo considerar tranquila, todas iban con intención de protestar, no de atacar. Algunas regalaron flores, otras pintaron nombres y cruces en las paredes, otras gritamos. La verdadera secuela llegó al regresar de la marcha, con las piernas ardiendo y el estómago rugiendo, pero había valido la pena todo lo que había documentado con mi mente. Al caminar por las calles de Revolución supe que sería un episodio que recordaría para toda mi vida. 

A pesar de la apertura de consciencia que se ha ganado en estos años, llegué a tener mensajes negativos en las historias que subí a mis cuentas para testificar lo que estaba viviendo, me costó mucho trabajo aceptar que algunas de las personas siguen compartiendo una ideología machista caduca pero no todo podía ser perfecto. 

Regresé a mi casa exhausta, agradeciendo cada día incierto que me faltaba por vivir, con la mente estacionada en aquellos nombres… tantos nombres sin una sepultura justa. Me sentí a salvo sabiendo que pertenezco a una generación llena de cambios, agradecí que mi futuro y el de las demás mujeres y niñas estaba en mano de esas chicas del color de la jacaranda. Agradecí ser una de ellas, ser una mujer de color jacaranda con muchas cosas por decir. 

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