Pemex, la empresa que alguna vez fue símbolo del orgullo nacional, hoy representa un profundo boquete financiero para el país. A pesar de las múltiples inyecciones de capital y los constantes rescates, su situación sigue siendo crítica. Recientemente, el gobierno federal se endeudó con 10 mil millones de dólares para apoyar nuevamente a la petrolera, según reportes de medios financieros como Reforma y El Economista.
La narrativa oficial habla de “rescatar” a Pemex, pero la realidad es que esta estrategia se ha convertido en un barril sin fondo. La petrolera enfrenta pérdidas millonarias cada año y, lejos de generar ganancias, ahora requiere de constantes aportaciones del erario, es decir, del dinero de todos los mexicanos.
A esto se suma el huachicol, un problema que no solo no ha sido erradicado, sino que ha alcanzado cifras récord. En 2025, el robo de crudo se calcula en 109 mil barriles diarios, una cifra alarmante que pone en evidencia la falta de control interno y la posible complicidad de funcionarios y sindicatos. ¿Es posible creer que semejante nivel de robo ocurre sin que nadie en Pemex o en el gobierno lo detecte?
Además, mientras México enfrenta esta sangría económica, el petróleo sigue siendo enviado como “apoyo” a países como Cuba, lo que ha generado indignación entre amplios sectores de la sociedad. La pregunta es inevitable: ¿por qué seguimos financiando proyectos internacionales cuando Pemex está en ruinas?
Para muchos analistas, el problema va más allá de la corrupción interna. Hablan de un “huachicol fiscal”, un sistema en el que se aprovechan lagunas legales, subsidios y recursos públicos para alimentar negocios privados y mantener intereses políticos. Morena, señalan críticos, ha convertido a Pemex en una herramienta para su propio proyecto político, mientras el ciudadano común paga las consecuencias.
Las palabras del expresidente que decía que “no tiene mucha ciencia gobernar” hoy parecen más un insulto que una lección. Gobernar implica tomar decisiones estratégicas y responsables, no solo rescatar empresas quebradas mientras se profundiza la deuda nacional.
La pregunta que queda en el aire es: ¿Hasta cuándo?
¿Hasta cuándo el huachicol, la corrupción y el mal manejo seguirán devorando el patrimonio energético del país? ¿Será omisión, complicidad o simplemente la repetición de una política fallida que se niega a aceptar su fracaso?