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Batallas líricas de un grandioso Pacheco

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Poeta, ensayista, cronista, amante de las letras en general. José Emilio Pacheco, integrante de la generación de los cincuenta, tiene mucho que contar pues sus vivencias, recuerdos, sueños y anécdotas mantienen un constante dudar y discusión sobre el entorno moderno de una forma directa y sencilla. Sin cuestiones, un maestro de historias cautivadoras.

Sin palabras rebuscadas o narraciones irreales, Pacheco quiso resaltar en todos sus textos aquella pasión y gusto por la cultura mexicana de forma en la que cualquiera puede sentirse atrapado por el entorno y suceso que redactó. Hoy, 26 de enero, le recordamos con aprecio y respeto tras ocho años de su fallecimiento.  

Pocos han sido los escritores que desde jóvenes han sabido que esa será su vocación y a lo que le dedicarán cada tarde de sus vidas. Edgar Allan Poe, Virginia Woolf, Pablo Neruda, Ray Bradbury son tan sólo algunos de estos personajes con el don de destacar sobre otros desde muy temprano. Pacheco no fue la excepción pues con tan sólo dieciocho años ya había publicado – con ayuda de Juan José Arreola – La sangre de medusa.

Aunque inició destacando en el campo de la poesía, nunca se limitó a poder abordar otro tipo de escritura, fue así como en 1972 sale uno de sus textos más conocidos y aclamados por los lectores: El principio del placer. 

Aquella obra compuesta por cinco relatos es una de sus mejores demostraciones de lo que fue él y su ideología. Los sentimientos como el amor, los celos, el miedo y la esperanza están más que trabajados en estos cuentos. Aquel lenguaje ordinario que engaña haciendo sentir que es una redacción sencilla permite que la familiaridad y lo divertido creen una experimentación contante de aquellas sociedades y personajes que describe.

Es imposible no hablar de Las batallas en el desierto, pero que puedo decir que no se haya dicho antes. Simplemente es increíble cómo alguien puede adentrarse en el pensamiento de un niño y explorar la situación de un amor imposible. El tan sólo describir una ciudad que a estas fechas tan sólo vive en fotografías y películas, y que uno como lector pueda sentirse transportado es todo un reto, aún más siendo un relato tan corto.

Cada que tengo la oportunidad de leerle, no puedo evitar asociarlo con Arreola y Benedetti. Los tres tienen esa capacidad de poder enviar a los cinco sentidos del lector de manera tan sutil y directa a aquel lugar que redactan en sus escritos. Trabajan con lo cotidiano tan fácilmente que algunos llegan a pensar que cualquiera puede contar algo monótono con gran astucia como estos maestros, cuando en realidad es algo más que difícil. 

No cualquiera puede tener el potencial de enviarte a aquellas islas a la deriva por medio de versos libres como barcas. Tampoco puede lanzarte aquel viento distante que acaricie tus recuerdos melancólicos de niñez. Mucho menos te haría apreciar el reposo del fuego en tres partes. Por ello, aquel a quien la lengua en la que nació constituye su única riqueza, es el único a quien puedes acudir cuando tus batallas en el desierto te terminen por consumir. 

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