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El charlista de palabra deslumbrante

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Escribir no es sencillo. La ortografía, la gramática y hasta la semántica puede jugarnos chueco. Redactar cosas que parecen sencillas pero que entre líneas traen más de un significado es aún más complejo. Sin embargo, hubo alguien que, en tiempos de Juan Rulfo, Gabriel García Márquez, Elena Garro y otros gigantes de la literatura, destacó por su don de charlar recuerdos y olvidos en busca de experimentar con su prosa poética.

Soy un ferviente amante de la literatura. Probablemente se haya visto reflejado en las anteriores columnas en donde destaco mi respeto y admiración por aquellos a quienes considero mis maestros: Benedetti, Pacheco, Neruda, Vicens y demás. Tras un día entero pensando de qué consistiría el texto de esta semana, opté por un personaje prosaico, como él se describiría.

Juan José Arreola nació en un pequeño pueblo de Jalisco. Puede que aquello haya contribuido a que aquel pequeño curioso optase por salir por horas de casa y escuchar medio centenar de historias, dichos y cantares. Incluso su trabajo como aprendiz del encuadernador del pueblo le originó ese peculiar gusto por los libros como “objetos manuales”, menciona él.

Pasó por todos los trabajos posibles, desde vendedor ambulante hasta comediante, curiosamente, nunca se sintió como aquel que ejerció la literatura. Decía desconfiar de la literatura que le fue contemporánea. Es por ello por lo que su verdadera fe y amor se hallaba en las futuras promesas encariñadas con las plumas de relatos.

Todo lo anterior señalado terminó por impregnarse en sus textos Bestiario, Varia Invención y Confabulario, obra en la que me gustaría detenerme. 

“Una reputación” es aquella narración que podría reseñar a Arreola. Todos hemos viajado alguna vez en camión. No es ninguna Odisea. Pocas son las cosas que pueden destacarse. O al menos eso e creería. Él tiene la capacidad de describir y hacerte imaginar por completo la situación en la que se encuentra su personaje. Sin la necesidad de conocerle, una persona puede llegar a sentirse identificada.

Ahora bien, está el segundo camino: el filosófico. Como si de Hermann Hesse hablara, el mexicano consigue poner en duda al lector respecto al destino del humano. “El guardagujas” es el caso en que lo desarrollo. Y sí, puede que me aventure a dar una interpretación pues el relato contiene varias líneas de exégesis. 

Dicho cuento hace alegoría a que el viaje en tren es en sí la travesía de la vida. De cierto modo quien lee puede sentirse resignado al aceptar las condiciones que se le presenten en su vida, tal como el personaje del relato debe conformarse a los destinos que el tren lo lleve. Incluso puede suceder que el tren ni siquiera arribe al destine que se suponía. Todo pareciese ser una ruleta rusa.

Historias como aquellas están presentes en este libro que, en lo personal, es una de las mejores antologías de cuentos cortos de todos los tiempos. Juan José Arreola consiguió lo que seguramente inconscientemente buscaba, ser un escritor trascendental. Ser aquel del monólogo insumiso.

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