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#iCIENCIA

¿Será verdad tu mentira? Desinformación y propaganda en el conflicto ruso-ucraniano. 

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Tras un período de ambigüedad y desencanto por dos años de cuarentenas y alertas sanitarias a nivel global por el SARS-COV 2, el mundo reactiva sus canales económicos, culturales, y por qué no, la tradición de los ejercicios bélicos en las tensiones territoriales o soberanías disputadas. Intercambiando la batuta con el fracaso de Afganistán, la eutimia coreana, y el estatismo sirio, siendo ahora un terremoto anunciado en Europa del Este desde 2014.

La máquina de guerra no es ajena a las civilizaciones, en historia oral como escrita, rinde testimonio sobre las grandes proezas y crueldades que carga consigo. Desde el uso de piedras y flechas, hasta las lanzas atómicas y las últimas creaciones de ingeniería en la aniquilación.

Pero, en pleno siglo de cambios tecnológicos y revoluciones culturales, ¿qué hace diferente al teatro de operaciones bélicas de sus antiguas herencias e historiales? Solo una cosa: se transmite las 24 horas del día a partir de cualquier punto de conexión en el etéreo Internet.  

El uso de la información es tan antiguo como nuestros vestigios enterrados en los montes y valles. Funciona para conservar el statu quo intacto, de igual manera, revertir el orden de las cosas. Sin embargo, su principal objetivo sigue siendo la capacidad de influir en las mentes y toma de decisiones colectivas. Puede ser a través de imágenes y palabras, o quizás ambas. Después de todo, la única forma de someter los sentidos y juicios radica en construir narrativas validadas por morales que se creen correctas.

Si antes de la democratización del uso de Internet las noticias y actualizaciones de los combates llegan por los noticieros o relatos de personas cercanas a los actos, ahora cada persona es un periodista, siempre y cuando tenga a la mano un dispositivo tecnológico que se conecte a la red.

Transmiten los hechos que ven y viven, las realidades y verdades que desean hacer públicas ante una audiencia desconocida que los respaldará en aprobaciones o pésames virtuales. Y sin caer en cuenta, ya dejan de ser meros espectadores, se convierten ahora en participantes con prejuicios y afinidades particulares.

Durante los reinicios del conflicto armado a finales de febrero del 2022, ambas naciones emiten sus declaraciones, agotando hasta los últimos recursos diplomáticos, pero provocando reacciones hostiles. Si algo es bien sabido es que los problemas que no tienen solución se administran, claro que los dos bandos tensan la tolerancia y subestiman la respuesta de su adversario.

A raíz de ello, ocurre lo que aquel pragmático y teórico prusiano de la ciencia militar, Carl Von Clausewitz, aporta a la historia: “la guerra es solo la continuación de la política por otros medios”.

Más allá de movilizar a la caballería armada de los tanques, los despliegues de infantería, y la superioridad aérea de los helicópteros y aviones de combate, el campo de guerra decreta primeramente sus alcances como fines últimos a la hora de transmitir sus motivaciones. Algo que nunca cambia en los mensajes es el espacio de invocar a Marte, para que despierte la pulsión del patriotismo e insufle como vitamina solar las pieles de todos los hombres en aras de cerrar las filas y dirigirse a defender o atacar 

Desde el Kremlin, la bandera informática es el reclamo de las tierras que les pertenecen por derecho, un asunto irresuelto tras vías “democráticas” con los referéndums en las regiones del Donetsk y Luhansk, que están asediadas por un viejo enemigo de la paz, el neo-nazismo de los grupos paramilitares ucranianos de Azov.

En cambio, el estandarte de Kiev versa un discurso apologético de viejos pasados, una victimización de los destinos injustos sobre la nulidad de los Acuerdos de Minsk del 2014, y las falsas promesas escritas de no ser invadidos tras el Tratado STARK a comienzos de los 90’s sobre el desarme nuclear del viejo complejo soviético con el propósito de ser reconocida su independencia y neutralidad político-militar.   

Las dos posturas son válidas si se contrasta el apego al quebranto de normas y las medidas reactivas ante ello. No obstante, el hilo conductor que ambas poseen radica en manipular la verdad a conveniencia, las mentiras parasitan sus versiones. Dos recuerdos no pueden ocupar el mismo sitio, entonces, ¿cuál se descarta y cuál impera? Sencillo, la que pueda falsear de mejor manera su camino entre las opiniones públicas y unifique el fundamento causal con los sentimientos de las personas.

Tratados, acuerdos y falsas acciones

La postura ucraniana radica en la defensa ante lo injusto, y por lo regular, en la historia de los vencidos y las similitudes culturales, se guarda cierto apoyo incondicional a esas causas. Sin embargo, su administración pública actual transgrede el principio pactado de no afiliación militar, buscando su adherencia al bloque de la OTAN en las reuniones del Consejo Europeo y las comunicaciones con Washington.

En contraste, la Federación Rusa hace alusión a ser respetada su zona territorial con base en los principios geopolíticos tras las divisiones pactadas en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, aunque los antecedentes de las guerras chechenas, los conflictos armados en los Balcanes, el período de ciberguerra contra Estonia y países que afrenten su dominio comercial y político, demuestran que las palabras y los hechos son dos cosas distintas.  

Ya sea “desnazificando” la cordillera de los Cárpatos, o abusando de las confianzas en el juego de soberanías en el tablero de ajedrez que todos jugamos sin hacer movidas, la desinformación se hará presente. Si algo se aprende de inmediato es que en tiempos de guerra, la moral debe mantenerse elevada, a pesar de creer todo un manojo de mentiras.

La mente y el cuerpo reaccionan instintivamente a modo de auto-conservación, soportando situaciones o datos que de manera casual no podrían hacerse como son la normalización de las muertes y darle rienda suelta a todo tipo de violencia imaginable. 

En las primeras movilizaciones de los batallones rusos a suelo ucraniano, la cadena de mando les informa a las tropas que soliciten ayuda a la población local, ya que les están ayudando a quitar a los opresores neo-nazis que ocupan la región, omitiendo los bombardeos a hospitales y escuelas con misiles crucero hacia ese país. El ejército de Ucrania y sus medios de comunicación coordinan las emisiones de radiofrecuencia, explotando el uso global del Internet al crear narrativas de éxito en los enfrentamientos, prestándose a transmitir las batallas y darle nacimiento a ídolos ficticios como el piloto que repele a los rusos (el Fantasma de Kiev), o los falsos avances de la Legión Extranjera Ucraniana que van ganando el combate en donde quiera que pisen. 

Todas esas mentiras se derrumban como un castillo de naipes con un ligero soplo de aire al momento que comienzan a airearse en la red las atrocidades cometidas por ambos bandos. Ejecución de civiles sin oponer resistencia en las calles con corredores humanitarios de evacuación. Tortura e inmolación de prisioneros de guerra como forma de entretenimiento y sadismo de los captores. Violación a mujeres y niños en sitios asediados por tropas extranjeras o nacionales, inculpando al otro de crímenes de lesa humanidad. Uso de escudos humanos en edificios y espacios residenciales donde alojan munición y protección de militantes. Poses cínicas y con tintes de humillación sobre las fosas de cadáveres que yacen en el suelo. Y así un sinfín de actos deplorables que pintan los interfaces virtuales día con día.    

Es aquí donde las fases de propaganda tocan el suelo, rechazando las multitudes verse dispuestas a apoyar las conscripciones forzadas ante el decreto de una ley marcial para ir a morir bajo ráfagas de balas o explosiones de artillería. Pero, antes de llegar a ese último estadío, el juicio de los espectadores se bifurca en dos caminos: la indiferencia o la apropiación de la ira. La primera fundamenta su actuar como un blindaje mental de evitar ser perjudicada la psique a un nivel severo, mientras que la segunda es quedarse inmerso en una vorágine de estrés constante hasta que el cuerpo aguante.

Muchos actos pueden limpiarse a las orillas del río, bautizándose como una expiación a sus pasados, no obstante, una solución más eficaz es ahogar hasta las profundidades de las aguas esos registros culposos. Cuando ya se hace imposible distinguir los rastros originales, lo único que queda a primera vista es una interpretación o una mentira bien construida sobre las cosas que nadie quiere saber. No importa el número de bots o hackers que distribuyan el contenido de “noticias”, ni el complejo industrial informático de las telecomunicaciones existentes, nadie sabe lo que en verdad ocurre en ese lugar. Un espacio desprovisto no solo de certezas jurídicas con el marco legal, también el de la incertidumbre real de los hechos y las cosas que son transmitidas con parcialidad u omitidas adrede.  

Debo advertir un dato incómodo, no jugando a la neutralidad de los posicionamientos políticos, sino a una realidad patente en nuestras memorias como huesos: ninguna guerra es ni será justa. No hay motivaciones dignas o atractivos ideológicos por los que las vidas humanas merezcan pasar por un proceso semejante. El campo de guerra es el yermo de las libertades, pérdida de humanidad, y donde todos sus participantes mueren, aunque regresen caminando a sus hogares sin cicatrices visibles. 

Antes de que Clío toque su trompeta hacia un bando u otro, decretando la victoria sobre el jardín de todos los lugares y épocas humanas, la responsabilidad de los observadores radica en averiguar qué partes hay de reales en las ficciones cómodas que nos gustan escuchar. Todo lo que tiene un principio también tiene un final, aunque sus resplandores sean efímeros y sorprendentes. La verdad está envuelta en mentiras, en ese rosal lleno de púas traicioneras y venenosas.  

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