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¡Quemen al Judas!

¿Cómo se relaciona con la tradición de mojar gente en el Sábado de Gloria?
La clásica figura de Judas ha pasado históricamente como la del traidor que sentenció a Jesús a una muerte sanguinaria a mano de los judíos. Se le describe como un hombre rapaz, hostil y ambicioso, es tan polémico en la visión humana que incluso se suele llamar por su nombre a quienes cometen traición así como él lo hizo.
Algo que no se puede discutir es el protagonismo que recibe en Semana Santa, es su traición lo que desenvuelve la odisea que resulta ser la crucificción de Jesús y con ello el festejo católico conmemorativo que se lleva a cabo año con año en nuestro país.
La quema del Judas, tradición colonial que fue implementada para la evangelización de los indígenas. Llevada a cabo en el fin del luto de Semana Santa, es la muestra de cómo el bien triunfa contra el mal, quemando la figura representativa de Judas que siempre es personificado como un diablo. Un demonio el cual es reprobable en todos los aspectos posibles, así es como es visto Judas culturalmente, como el mal.
Actualmente se opta por cambiar la figura del demonio a algún político o algún personaje contrroversial, pero el mensaje sigue siendo el mismo: la erradicación de lo perverso.
Esta tradición se lleva a cabo España, Bolivia, Costa Rica, México, Perú, Urugay, Venezuela justo en el Sábado de Gloria y está ligado directamente con la tradición de mojar a la gente, gracias a este mensaje de querer castigar el mal y festejar el triunfo del bien sobre el pecado.
En la antigüedad el bautismo no era algo tan común como hoy en día, por lo que los sacerdotes optaban por salir a mojar a los feligreses para el perdón de sus pecados. Hace algunas décadas estas tradiciones eran rigurosamente practicadas sin falta durante Semana Santa, pero tras la conciencia ambiental que se ha adoptado desde algunos años se han omitido casi por completo.
Al igual que casi toda la significación de Semana Santa, estas tradiciones tienen fecha de caducidad entre una sociedad no creyente, cada año son menos los simpatizantes de estas celebraciones y sólo el tiempo dirá qué tan necesarios eran para medir la fe de los católicos.