El Tren Maya, emblema del actual sexenio y presentado como símbolo de modernidad e infraestructura de clase mundial, volvió a estar en el ojo del huracán tras un nuevo descarrilamiento.
El director del proyecto, David Lozano, admitió que el incidente ocurrió por un “cambio manual de vía”, un detalle que encendió las críticas: ¿cómo es posible que un tren de más de 500 mil millones de pesos dependa de maniobras que deberían estar totalmente automatizadas?
La narrativa oficial vs. la percepción ciudadana
Mientras el gobierno insiste en que se trata de “anomalías menores” que se están corrigiendo, los usuarios en redes sociales no perdonaron:
- “Lo que no debió pasar, pasó”, criticó un internauta al señalar el costo millonario de la obra.
- Otros usuarios ironizan: “Supera las cinco inauguraciones, pero no las pruebas básicas de seguridad”.
Medios como El Financiero, El Universal y Milenio subrayan las fallas técnicas, mientras que Aristegui Noticias advierte sobre el escrutinio internacional: Estados Unidos vigilará los estándares de seguridad.
Un golpe a la credibilidad
En comunicación política, los errores técnicos ya no se leen como incidentes aislados, sino como símbolos de improvisación. Cada descarrilamiento mina la confianza y convierte al Tren Maya en un campo de batalla narrativa: de un lado, el gobierno que pide paciencia; del otro, una ciudadanía que exige resultados.
La frase oficial “Fallamos dos veces, pero no debemos hacerlo en el futuro” intenta transmitir transparencia, pero corre el riesgo de sonar a resignación.
El desafío ya no es sólo arreglar la vía: el verdadero reto está en reencarrilar la confianza pública en el proyecto más costoso y polémico del sexenio.
